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Me llamo David Scognamiglio, soy artista visual y me defino como tal. Soy italiano, aunque viví en Francia, Barcelona, Chile. Me he movido mucho y casi siempre me he sentido extranjero. Aunque estudié y me titulé en arquitectura, dejé esa disciplina hace casi 15 años. Hice un magíster en Investigación en Arte en la Universidad de Barcelona y actualmente curso el doctorado en Arte, mención Artes Visuales, en la Universidad Católica de Chile.
Probablemente el primer café de la mañana, donde me siento y hago un poco el planning de mis actividades y empiezo a reflexionar sobre con qué empiezo el trabajo en el taller.
Hay cosas bastante distintas. Por un lado, hay una investigación teórica que hago, que ahora acompaña el doctorado. También está el arte renacentista, sobre todo la pintura entre 1250 y 1350. Me inspira mucho mirar el agua y el reflejo que produce. En Milán, me interesan las marcas en la vereda que forman microfosas con reflejos fragmentados de la realidad. También me inspiran fenómenos naturales, como las estrellas. Además, me interesa la investigación psicológica, tanto a través del psicoanálisis como de plantas alucinógenas.
Un plato no sabría, pero lo que más se me ocurre es la parmigiana, que es una especie de lasaña, pero hecha con berenjena frita y también con salsa de tomate y mozzarella y parmesana, obviamente. Es uno de los platos que siempre me hace mi mamá cuando vuelvo a Bologna.
Sinceramente, no lo sé, pero tengo pistas. En estos 15 años de investigación he descubierto que una de las características clave de la luz es su naturaleza dual. Incluso si la vemos desde el punto de vista de la física, más en detalle de la física cuántica, es considerada como un fenómeno de naturaleza dual: es onda y es corpúsculo. Esto la hace tangible e intangible a la vez. Esa dualidad está en el centro de mi tesis doctoral, donde me pregunto si esta característica explica por qué la luz ha sido usada para representar la conexión entre lo terrenal y lo divino en la pintura renacentista. Es un fenómeno que nos permite relacionarnos con las esferas de lo invisible, con lo divino o con una energía universal, algo inabarcable y asombroso, como cuando miramos un cielo estrellado en una noche muy oscura.
Colecciono pequeños trozos de naturaleza que encuentro. Por lo general son pedazos de conchas o pedazo de madera lavada por los ríos, piedras, minerales. Pero es la primera vez que lo nombro como colección, no colecciono nada, pero me doy cuenta de que sí acumulo bastante ese tipo de objetos y lo pongo en una relación entre sí.
Me hace muy feliz caminar por la calle sin rumbo y sin ningún objetivo. Simplemente, caminar y ver qué aparece de ese movimiento sin ninguna expectativa.